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Todo comenzó en una conversación sobre yoga y meditación. Una amiga me comentó que había recibido el año participando en un retiro en el que no podía conversar con nadie, se levantaba a las 4 de la mañana y meditaba todo el día, durante 10 días. Mencionó que había sido una experiencia fuerte pero que el resultado fue un aprendizaje maravilloso, algo que la acompañaría siempre porque había cambiado su manera de ver las cosas y de reaccionar ante las situaciones y las personas.

Yo recién me estaba iniciando en la práctica del yoga y en la meditación, por lo que pensé que sería muy bueno vivir algo así para aprender la técnica, encontrarme conmigo misma y además salir de la rutina de las tradiciones de año nuevo. El momento llegó casi 2 años más tarde y después de 2 intentos fallidos por asistir. Debo admitir que sólo la referencia de mi amiga bastó ya que no me documenté demasiado respecto al retiro ni a la técnica de meditación que iba a aprender allí (de hecho sólo vi el video que se encuentra en la página, el código de disciplina y las normas del centro de meditación). Quería crear el hábito de meditar adecuadamente, al mismo tiempo esto coincidió con un momento de mucha incertidumbre y cuestionamientos personales, entonces sentí que todo se estaba alineando perfectamente para que aprovechara esta experiencia y ver qué podía salir de allí.

Viajé a finales del año pasado a un lugar llamado La Mesa de Esnujaque, en las afueras de Valera — Estado Trujillo, Venezuela. Una zona montañosa y muy fría rodeada de cultivos de flores, aislada del ruido (y hasta de la señal del teléfono). El lugar preciso para meditar, para aprender en qué consistía eso llamado “Vipassana”. En la extensa subida para llegar al lugar me encontré con un chico que se ofreció a llevar mi maleta al saber que yo iba al mismo lugar, me dijo que era su segundo retiro, y cuando le pregunté qué tal era la experiencia su respuesta fue: “Esto es una pela durísima, de verdad es muy fuerte, yo me quise ir la primera vez antes de los 10 días”. No me dejé llevar por esa primera impresión y le pregunté: “Ajá, ¿y qué haces aquí de nuevo?” A lo que respondió con una gran sonrisa: “Es que los resultados son maravillosos, vas a salir de aquí con la mente abierta y los ojos brillantes de alegría”… Decidí obviar su primera respuesta y solo quedarme con ese último comentario y la imagen de esa sonrisa llena de gratitud.

Llegamos al lugar y comenzaron las indicaciones: Debíamos permanecer en silencio, evitar cualquier tipo de contacto (físico y visual), los hombres y las mujeres estaríamos en áreas separadas, la jornada diaria comenzaría desde las 4:30am, la comida sería vegetariana sólo 2 veces al día (desayuno y almuerzo).

Al entrar en la sala de meditación a cada quien le asignan un cojín y un lugar para meditar que será el mismo durante todo el curso. Esa noche tuvimos la primera sesión de meditación, para mí fue el momento de asimilar que finalmente estaba ahí, rodeada de gente que, mientras pudimos hablar, poco antes de que comenzara el retiro comentaban que lo habían hecho 2, 3, y hasta 4 veces, incluso había personas que contaban tener más de 10 años asistiendo, eso hizo que se afianzara más mi convicción de que la experiencia sería positiva en todo sentido.

Y así fue, una experiencia aleccionadora de principio a fin; el aislamiento y estar en silencio tanto tiempo, trabajando hacia adentro, me hizo entender que cotidianamente vivimos aislados de nosotros mismos, porque no prestamos atención a lo que sucede en nuestro interior, estamos acostumbrados a reaccionar, a responder; entonces al hacer Vipassana estás tan ocupado conociendo ese mundo interior que no queda tiempo de extrañar el exterior.

Por otro lado, resulta demasiado liberador aprender a procesar mejor el dolor y el resto de las emociones; entendiendo que todo pasa, todo es impermanente, y que estamos en este mundo con la única misión de ser felices.

Entonces, ¿qué es Vipassana?

Es una técnica de meditación muy antigua, de los tiempos de Gautama, el Buda cuyo fin es “ver la realidad tal y como es”. Consiste en observar el cuerpo y sus reacciones, desde las más superficiales hasta las más profundas y sutiles. Al principio se pide que la atención deba ir concentrada a la zona debajo de la nariz (entre las fosas nasales y el labio superior), luego la atención va a lo largo de todo el cuerpo. La respiración debe ser de forma natural y lo único que hay que hacer es observar que sucede en cada zona, sin reaccionar.

La base del Vipassana es que seamos personas ecuánimes a las sensaciones, capaces de entender la naturaleza cambiante del cuerpo y la mente, ya que al hacer esto nos vamos liberando del apego y la aversión acumulada a lo largo del tiempo los cuales son los causantes de nuestra infelicidad.

Mi Experiencia

No resulta fácil dedicarse únicamente a meditar durante casi 11 horas al día. Te das cuenta cuán huidiza es la mente, que tenemos una inmensa habilidad de dispersarnos y distraernos con cualquier cosa, sea importante o no, con eventos del pasado o del futuro, pero que muy rara vez estamos viviendo nuestro presente. Para mí resultó frustrante pasar los dos primeros días tratando de callar mi mente. De las 11 horas que mencioné hace unas líneas, durante esos primeros días sólo logré concentrarme casi 3, el resto del tiempo me sorprendía cientos de veces divagando entre ideas de planes a futuro, recuerdos del pasado (buenos y no tan buenos), todo menos lo que me indicaron hacer: “concentrar toda la atención en la zona inferior de la nariz”. Ya cuando entendí que reaccionando negativamente ante mi falta de concentración no estaba ganando nada simplemente me dediqué a observar y a hacer el trabajo paciente y diligentemente hasta conseguirlo.

Una de las actividades diarias que más valoré fueron las enseñanzas del Buda, en las charlas, al final de cada día (las imparten por medio de audios grabados por S. N. Goenka, que fue quien se encargó de expandir la enseñanza de ésta técnica alrededor del mundo). Cuando llegaba ese momento sabía que había logrado mantener mi firme propósito de permanecer allí un día más; y más allá de eso, por todas las lecciones simples y pragmáticas, las cuales no tienen ningún vínculo con ritos o religiones y que son aplicables en cada aspecto de nuestra vida (por ejemplo: como tus acciones te han llevado al lugar en el que te encuentras, como el amor y la compasión son las claves para vivir mejor con uno mismo y con el resto del mundo, etc). En cada discurso explicaba la teoría detrás de lo que habíamos practicado durante el día.

La enseñanza en la que más se afianza el curso es la comprensión de la impermanencia, la cual está presente en todo lo que existe y es la base para aprender a ver la realidad tal y como es, lo que constituye el fin último de la técnica Vipassana. Entender que nacemos y morimos en cada segundo, y que con cada respiración somos una persona nueva ayuda a ver que siempre podemos hacerlo mejor, tomar mejores decisiones y pensar de forma distinta.

La experiencia es dura, ya que te pone a prueba de muchas maneras: dolor físico por permanecer tantas horas sentado (las piernas, la espalda, el cuello), internamente el cuerpo también se manifiesta, ya que pueden surgir algunos malestares los cuales por lo general están atados a emociones que no habían sido procesadas hasta el momento, sin embargo al llegar el día 10 sentí una inmensa satisfacción por haberlo logrado y por el nuevo nivel de conciencia que adquirí estando allí.

El último día nos enseñaron una técnica de meditación llamada Metta la cual tiene como fin esparcir energías de amor y buena voluntad, comenzando con uno mismo y extendiéndose hacia todos los seres vivientes. Fue la meditación con la que cerró el curso, y al salir de allí era impresionante sentir la armonía y ver las expresiones de felicidad y gratitud en los ojos de los demás participantes.

Cuando se levanta el noble silencio resulta muy interesante hablar por primera vez con personas a las que has estado viendo durante los 10 días. Fue divertido porque en mi cabeza a algunos les había puesto nombres, y hasta personalidades (la que tiene pinta de seria, el de la barba que siempre está bostezando, el que siempre está perfectamente sentado todo el día, la que se sirve comida 2 y 3 veces, el que ronca en la sala de meditación, etc. 😁) y cuando por fin hablé con ellos me sorprendieron completa y gratamente.

Después del retiro de 10 días

Estas han sido algunas cosas que he experimentado luego de haber aprendido la técnica Vipassana:

Percepción aumentada. Luego de tantos días observando las sensaciones y las reacciones me he sentido capaz de apreciar todo mucho más, es como si los sentidos se hubiesen agudizado, así como mi capacidad de atención en una cosa a la vez.

Mayor sensibilidad. Me he vuelto más consciente en relación a lo que es la compasión, el no querer juzgar (ni a mi misma ni a los demás), esto a su vez ha ayudado a reforzar en mí la gratitud.

Ecuanimidad. Este retiro me ayudó a entender lo importante de la distancia emocional, es decir, alargar el tiempo entre el estímulo que produce una situación y la respuesta, tratando de no dejarme llevar ni por la alegría extrema ni por la ira. Gracias a esto el pensar y tomar decisiones se ha vuelto algo más racional y menos emocional.

Después de tanta introspección, al salir de allí sentí que tenía carta blanca para establecer nuevos hábitos y replantearme los que ya tenía.

El reto mayor es que todo este aprendizaje se convierta en parte del día a día. Puedo asegurar que son 10 días transformadores siempre que haya apertura de mente, humildad y receptividad. Darle una oportunidad justa a esta técnica es algo que puede romper viejos paradigmas mentales, despertar la conciencia y como resultado hacerte un ser humano más feliz.

Si quieres saber más o apuntarte a uno de los cursos puedes encontrar más información en su página web -> https://www.dhamma.org/es/index


Mil gracias Orlando Osorio por animarme a escribir esto, espero te animes a vivir tu propia experiencia de 10 días!

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